Leyenda de Tzilacatzin

     TZILACATZIN: EL TERROR DE LOS ESPAÑOLES


Tzilacatzin fue un guerrero de origen otomí que, con su fuerza y determinación, se convirtió en la peor pesadilla de los españoles. Todo lo que a continuación se redacta es gracias al soldado español Bernal Díaz del Castillo, el fraile Fray Bernardino de Sahagún y Miguel León Portilla, quienes redactaron las grandes hazañas de este guerrero y permitieron que su nombre no fuera olvidado.

Su fuerza y resistencia era tal, que comenzó a tener fama de ser un guerrero fantasma emergido del Mictlán para unir a los pueblos y proteger a los indefensos de los invasores. Se dice incluso que peleaba con las manos libres y la única arma que utilizaba era un escudo.

Tzilacatzin, de musculatura fuerte y de pensamiento salvaje pero honorable en la guerra, destrozó con garrote y manos las armaduras y huesos de los soldados españoles que se atrevían a desafiarlo. De su garganta emergían gritos de guerra y palabras que juraban apartar de su camino a cuanto hombre blanco se le pusiera enfrente. Pensando en que su deber como guerrero era salvaguardar a su gente, logró repeler a los españoles y provocar su agotamiento.

Se dice que Tzilacatzin contaba con una fuerza sobrenatural, una gran inteligencia en combate y una valentía que causaba tanto temor a los españoles que estos terminaban por recurrir a la retirada por el miedo que les causaba el guerrero. Tzilacatzin fue temido incluso por los mexicas, pero luego de la matanza del templo mayor los españoles se volvieron su único objetivo. Fue así como en las batallas siguientes, resaltó la presencia de tres capitanes que, a pesar de todo, nunca retrocedieron: Tzoyectzin, Temoctzin y Tzilacatzin. Éste último atacó con gran fiereza a los invasores; quienes huían despavoridos por temor al garrote despiadado del guerrero.

En los meses posteriores a la matanza del Templo Mayor, incluyendo aquel mítico enfrentamiento en los caminos hacia Tenochtitlán en que se logró la expulsión momentánea de los españoles en la madrugada del 30 de junio y el 1 de julio de 1521, el otomí se distinguió como uno de los grandes líderes mexicas. Era capaz de pelear contra tres españoles al mismo tiempo y asesinarlos de manera hábil y feroz. Su garrote no tenía misericordia: golpeaba los cráneos, los vientres y las extremidades de los enemigos pensando sólo en vencer y en preservar la gloria de los dioses y el pueblo azteca.

Tras las incontables derrotas que Tzilacatzin causó al ejército español, estos decidieron centrar sus fuerzas en destruirlo, pero Tzilacatzin demostró su inteligencia al esconderse de ellos en múltiples ocaciones con distintos disfraces y sorprendiéndolos durante las batallas.

Lamentablemente, se desconoce el final de la historia de este gran guerrero, que infundía temor en los enemigos tanto o más que aquellos guerreros mexicas que utilizaban a los jaguares y águilas como símbolo de sus habilidades, por lo que su memoria no debe ser olvidada, ya que defendió a su pueblo hasta su inminente derrota.

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